Con el intento de dar una bocanada al aire me despierto. Cojo el pañuelo apenas sin tino y me apresuro para evitar el lagrimeo nasal. La luz de la mañana ya ha colmado toda la habitación y apenas entreabro los ojos. Anoche quizás me sobró alguna copa de vino, aunque estábamos de celebración y no era momento de andarse con medida. Nuestro aniversario es una de las mejores ocasiones del año.
Sin la mínima pericia alcanzo la botella de agua que tengo junto a mi lado de la cama, pero está vacía. No quiero levantarme, y qué otro remedio. Estiro el brazo izquierdo examinando el lado opuesto del lecho y confirmo que no hay nadie, voy a tener que levantarme.
Al destaparme siento el aire gélido de la habitación y la garganta se me seca de golpe. Necesito un trago de agua con urgencia, a poder ser con un medicamento disuelto. Me siento en el borde de la cama, disputando contra la gravedad mantener la cabeza por encima de los hombros mientras me pongo algo más de ropa. Haciendo uso de la fortaleza resacosa me pongo en pie y en buen momento vuelvo la mirada hacia la ventana.
La veo en la esquina, petrificada. Diría que hasta tiene un color grisáceo como el de una estatua. No puedo dejar de mirarla, no me lo creo, ¿qué está pasando? Sin poder salir de mi asombro veo como gira la cabeza hacía mí.
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Una sensación extraña no deja de recorrer mi cuerpo desde los pies a la coronilla, un oleaje bravo de escalofríos. La sombra se ha ido o la he embebido, no lo tengo claro. Siento la piel erizada y rígida como si ya no fuera a tolerar un solo movimiento sin resquebrajarse. Se me tensa cada uno de los músculos, noto un tirón continuo detrás de los ojos como si fueran a rotar y los antebrazos parece que lleven horas soportando mi propio peso suspendido.
Me remuevo, pero mi cerebro parece no querer hacer de enlace y mi cuerpo no responde. Me siento congelada, firme y sin aliento. Un último estremecimiento se desvanece al alcanzar mis oídos y comienzo a escuchar un ulular espeluznante. Sin previo aviso mi cuello se agarrota y mi cabeza gira a un lado.
Ahí está, paralizado, viendo e intentando entender qué ocurre, yo tampoco lo sé. De pronto siento como el resto de mi cuerpo termina de girarse en su dirección y antes de volverse todo negro escucho un leve rumor que resuena hueco en mi cabeza: "Sapsi rumi"