5 de marzo de 2025

Congestión emocional (II)

 Con el intento de dar una bocanada al aire me despierto. Cojo el pañuelo apenas sin tino y me apresuro para evitar el lagrimeo nasal. La luz de la mañana ya ha colmado toda la habitación y apenas entreabro los ojos. Anoche quizás me sobró alguna copa de vino, aunque estábamos de celebración y no era momento de andarse con medida. Nuestro aniversario es una de las mejores ocasiones del año.

Sin la mínima pericia alcanzo la botella de agua que tengo junto a mi lado de la cama, pero está vacía. No quiero levantarme, y qué otro remedio. Estiro el brazo izquierdo examinando el lado opuesto del lecho y confirmo que no hay nadie, voy a tener que levantarme. 

Al destaparme siento el aire gélido de la habitación y la garganta se me seca de golpe. Necesito un trago de agua con urgencia, a poder ser con un medicamento disuelto. Me siento en el borde de la cama, disputando contra la gravedad mantener la cabeza por encima de los hombros mientras me pongo algo más de ropa. Haciendo uso de la fortaleza resacosa me pongo en pie y en buen momento vuelvo la mirada hacia la ventana.

La veo en la esquina, petrificada. Diría que hasta tiene un color grisáceo como el de una estatua. No puedo dejar de mirarla, no me lo creo, ¿qué está pasando? Sin poder salir de mi asombro veo como gira la cabeza hacía mí.

*****

Una sensación extraña no deja de recorrer mi cuerpo desde los pies a la coronilla, un oleaje bravo de escalofríos. La sombra se ha ido o la he embebido, no lo tengo claro. Siento la piel erizada y rígida como si ya no fuera a tolerar un solo movimiento sin resquebrajarse. Se me tensa cada uno de los músculos, noto un tirón continuo detrás de los ojos como si fueran a rotar y los antebrazos parece que lleven horas soportando mi propio peso suspendido.

Me remuevo, pero mi cerebro parece no querer hacer de enlace y mi cuerpo no responde. Me siento congelada, firme y sin aliento. Un último estremecimiento se desvanece al alcanzar mis oídos y comienzo a escuchar un ulular espeluznante. Sin previo aviso mi cuello se agarrota y mi cabeza gira a un lado. 

Ahí está, paralizado, viendo e intentando entender qué ocurre, yo tampoco lo sé. De pronto siento como el resto de mi cuerpo termina de girarse en su dirección y antes de volverse todo negro escucho un leve rumor que resuena hueco en mi cabeza: "Sapsi rumi"



6 de febrero de 2024

Congestión emocional (I)

Con el intento de dar una bocanada al aire me despierto en mitad de la noche. Busco a tientas un pañuelo y casi desespero en su buscada. Tengo las fosas nasales totalmente atascadas, el bloqueo se eleva como si me sostuviera los sesos. Con la luz tamizada por la persiana consigo ubicar finalmente una servilleta, pero una silueta oscura la retira unos centímetros para que no la alcance sin levantarme. 

Pongo los pies en el suelo y me levanto tan despacio que la propia sábana ni se percata de lo que acaba de pasar. Tengo miedo, pero también curiosidad y estoy empezando a notar un picor en la nariz que hace que me urja más conseguir ese cacho de papel. Busco la cara de esa presencia y no termino de percibir su contorno, en este momento no veo nada. La angustia me recorre el estómago y asciende hasta mis cuerdas vocales, no voy a gritar, solo necesito abrir la boca para poder expulsarla lento. Siento la necesidad de suspirar, pero este maldito atasco no me deja.

Avanzo despacio, como si tuviera que despegar mis pies muy poco a poco de cada baldosa y agarro la servilleta. Entonces la misma mano de antes me sostiene la muñeca cuidadosamente, con una primera mirada podría decir que solo es una sombra, pero la noto sobre y bajo mi piel. Congestionada, atrapada y casi en la penumbra me asemejo más a una estatua que a la persona que se ha ido a dormir hace unas horas.




5 de junio de 2022

Derrumbe

 Después de cierto periodo de indecisión, he lanzado una escalera de mi tez al pecho. Trato de hacer entrar en razón las entretelas de mi pulsar, ya que aquí arriba se contempla todo más nítido. Dicen que no suben y que de más esfuerzos no quieren oir ni rumores. En un exiguo despliegue mantienen mi existencia sin desovillarse.

Me planteo bajar dejando inerme cualquier otro juicio y eso hago. Empieza la contienda, la exposición al viento de un millar de argumentos aparentemente inteligibles, claros y evidentes. Explícale que deje de querer, y no por un instante, que evapore cualquier vetusta pasión, que haga desvanecer cualquier precedente alusión. Explícale que se cobija en una realidad inexistente que ya no pertenece al presente y que mañana tampoco habrá ni aromas ni palabras ni ternura. Explícaselo y pierde el tiempo.

La fachada de una batalla en ciernes es endeble, como una cascada de rocas disgregadas que comienza a derrumbarse con el curso del río. Un derrumbe trágico que solo en los sueños lo detiene la esperanza, aunque ya solo quede hacerse a un lado y a su debido tiempo rearmarse.



18 de octubre de 2021

Caos congénito y dogma cultivo

 Invadida por un sentimiento insular sobrenado a contracorriente, sin esfuerzo. Avance o retroceso a través del afluente. Rítmico, sonoro y reconfortantemente monótono, el sonido del curso intercepta toda escucha decelerando mi pálpito. En una quietud inverosímil disgrego las nubes con la mirada, pero sin reconvertirlas, pues sublevadas las hojas se superponen y aclaman su lugar en el cielo. No alcanzan y descienden, lábiles y resginadas, hasta pulsar el agua tensa. Invadidas por un sentimiento insular sobrenadan a contracorriente, sin esfuerzo, conmigo.



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